Bienvenidos

El presente códex pretende amasar digitalmente el compendio de manuscritos usados en las partidas de rol que tienen cómo escenario de campaña a la tierra de corte medieval fantástica llamada Andrania.

Sobre Andrania: El fin de este escenario no es disponer de un escenario de fantasía medieval bien argumentado y descrito. No, el fin de Andrania es que crezca gracias a las aventuras de un grupo de amigos y evolucione según los deseos de estos… en este sentido vendría a ser algo así como el país de Fantasía en la conocida obra de Michael Ende La historia Interminable.


A cerca de la participación: Si estáis interesados en participar de algún modo o queréis preguntar podéis poneros en contacto enviando un correo electrónico a contacto@demariusland.es

Cómo navegar por el Códex

Para que repercuta en un mayor orden, la barra lateral contiene el desglose del contenido de éste microsite. Primeramente, en el apartado Campaña, podéis ver una brevísima descripción sobre las diferentes sagas jugadas. Seguidamente y ordenados cronológicamente podremos enlazar en cualquier crónica de las partidas jugadas- aún no hay crónicas de la saga 1-. Si nos apeteciera ir directamente a las descripciones sobre lugares andranitas también tenemos un pequeño listado tras las crónicas de las sagas. Y finalmente los distintos relatos que aportan trasfondos a la trama principal.

Preludio para el final de la Saga 3

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Relato:


“Su nombre fue Kool,
podía haber sanado el mundo,
aunque puede que acabe con él.”
Marcas y señales
El Viento azotaba sin piedad las ramas de los árboles, y su terrible rugido envolvía implacablemente la granja, que soportaba las sacudidas como podía, permitiendo dejar escapar crujidos en las embestidas más fuertes. Un cielo nocturno totalmente despejado pero sin luna hacía de aquella noche fuese especialmente oscura.
Justo cuando las paredes de la casa volvían a gemir quejándose de la fuerza del viento, un repentino grito rasgó los sonidos de la noche.



Rápidamente la granja entera despertó, y momentos más tardes un zagal salía disparado hacia el pueblo, con una misión muy concreta: su nuevo hermano estaba a punto de nacer, y había que avisar a la comadrona lo antes posible.
El desconcierto se apoderó de la casa. La madre no tenía que dar a luz hasta un mes después y, además, sus dolores estaban siendo más intensos de lo habitual. Ella era la primera asustadas: había traído al mundo 6 hijos más antes de aquel, pero nunca había tenido que sufrir tanto. Algo no marchaba bien, y pronoto en la granja se temió por la vida de ambos.
La comadrona llegó resoplando veinte minutos más tarde, y todos se apresuraron a cederle paso y a dejarla a solas con la parturienta, tal y como ella exigió. La puerta se cerró tras las dos mujeres.
Fuera, el tiempo parecía hacerse eterno, y la tensión podría haberse cortado con un cuchillo, hasta que finalmente un llanto sacudió las entrañas de la noche, desafiando al rugido del viento.
-¡Mi hijo! – gritó el padre, y se precipitó dentro de la habitación.
La escena que lo recibió lo detuvo en seco a pocos metros de la cama. La madre seguía viva; agotada y sudorosa, pero viva. A un lado, la comadrona alzaba a la llorosa criatura entre sus brazos y la miraba fijamente, con una expresión extraña en el rostro.
Era un niño de cuerpo arrugado y diminuto. Un  único mechón de cabello negro adornaba una cabeza que parecía demasiado grande para él.
-¿Qué pasa? – pregunto la madre, intuyendo que algo no cuadraba- ¿no está sana?
Ninguna de las dos prestaba atención al hombre que acababa de entrar. La vieja se estremeció, pero se apresuró a tranquilizarla:
-El niño está bien.
Jamás contó a nadie lo que había visto en aquella criatura que asomaba por primera vez al mundo. La comadrona desapareció del poblado al día siguiente, dejó su herboristería y su hogar cómo si hubiera saliendo huyendo a causa del miedo. Tomando únicamente aquellos utensilios de valor fácilmente transportables. Nadie en el poblado volvió a saber de ella.
La Sequía
Las estaciones pasaron rápidamente y el diminuto niño creció junto a sus hermanos y hermanas como uno más. Aprendía las cosas con rapidez y realizaba sus tareas con diligencia y sin protestar. Con 3 años corría velozmente aunque aún no hablaba de forma que se le entendieran correctamente las palabras. Tenía un desarrollo anormal comparado con sus hermanos, quienes siempre estaban trabajando.
Las cosas se agravaron cuando empezó a faltar el agua y se extendió rápidamente una epidemia transmitida, según parecía, por los mosquitos, que habían aumentado considerablemente en número en los últimos tiempos. La epidemia se llevó a dos hermanos y a su abuelo. La tragedia volvió silencioso al niño.
Cada mañana, Kool acudía al pozo a sacar agua en compañía de sus hermanos. Se trataba de un pozo común a varias granjas pero, ante el azote de la sequía, el agua estaba rigurosamente racionada. A la familia de Kool, por ser ahora de 8 miembros, le tocaban tres cubos diarios.
A sus casi 5 años, Kool pudo observar cómo la sequía había logrado alterar las relaciones entre los vecinos. Siendo testigo de sucias jugarretas y amenazas, comprendió que después de darle al agua el valor del oro, rápidamente, hicieron que éste valiera más que la vida de sus vecinos.
Una noche, Kool, fue testigo de cómo unos vecinos prendieron fuego al cobertizo de los animales. Y no contentos con ello se preocuparon de impedir que se usara agua para mitigar el fuego. Todas las granjas de alrededor vieron la columna de humo y fuego, pero ninguno quiso donar su agua para siquiera salvar parte del cobertizo. Aquella noche lo entendió todo, su existencia, la existencia de sus hermanos, por culpa de la extrema sequía, acabarían siendo una amenaza para los demás, simplemente por el hecho de existir. Los animales sólo han sido el principio.
Aquel chaparrón mejoró un poco las cosas, pero los  daños causados por la sequía eran irreparables. Las cosechas se habían agotado, los incendios habían mermado los bosques y muchos animales de granja habían muerto por el calor o habían tenido que ser sacrificados para que sobrevivieran las familias. La comarca pasó tiempos de necesidad, y Kool difícilmente sobrellevaba las penalidades, no dejaba de preguntarse cuando cambiarían las cosas.
La sequía sólo les había dejado dos vacas y un caballo de tiro, pero aquella tarde había dos inquilinos más en el cobertizo: un par de caballos negros. Kool echó un vistazo al caballo negro, preguntándose a quien pertenecería. Entonces salió del establo y se dirigió al porche para interrogar a sus hermanos sobre lo que estaba pasando; pero ellos poco pudieron decirle al respecto.
Kool no se resignó. Estaba claro que los adultos mantenían en la casa una reunión con los visitantes; una reunión a la que él no había sido invitado.
Pero tenía un presentimiento
Rodeó la casa hasta la ventana que daba al comedor principal, que por suerte si estaba abierta, y se acurrucó debajo para poder escuchar sin ser vista. Le llegaron con claridad las voces de sus padres y, ocasionalmente, la de alguno de sus hermanos mayores mezcladas con las de una desconocida que era, sin duda, la dueña de los caballos.
-Puedo asegurar que le cuidaré bien- decía la voz femenina-. Le proporcionaré comida, ropa, la seguridad de un hogar… y una enseñanza a la que nunca tendría acceso de quedarse aquí.
-Comprendemos que es una gran oportunidad para él- respondió su padre, con cautela-. Pero son tiempos de necesidad, y una familia de campesinos no puede desprenderse de unos brazos que trabajan bien.
-Sería una boca menos que alimentar – replicó el hombre-. Y gustosamente pagaré lo que haga falta.
-El dinero no puede sustituir la pérdida de un hijo- objetó la madre con aspereza.
Kool adivinó entonces que estaban negociando el matrimonio de alguno de sus hermanos mayores “de modo que era eso”, se dijo. Se disponía a alejarse cuando escuchó:
-Sé que me llevaría a vuestro hijo lejos- decía la extraña- , pero le ofrezco algo que no está al alcance de todos. Si viene conmigo, Kool no volverá a pasar hambre –concluyó la visitante.
-¡No!.- exclamó Kool, y se separó de la ventana, conmocionado y asustado. Los del comedor advirtieron entonces su presencia, pero el niño quedó en estado de shock. Se encogió bajo la ventana, sin ánimo de escapar.
-¿Kool?.- Era su madre. El pequeño se envolvió más aún bajo la ventana, pese al calor que hacía. En aquel momento lo único que sentía era un puñal de hielo atravesándole el corazón.
-Kool, hijo, estas aquí – murmuró la madre, aliviada. Kool le dirigió una mirada de reproche.
-Es por tu bien – explicó su madre, que captó la mirada inmediatamente – con esta señora no pasarás hambre, ni tendrás que matarte a trabajar. Además, te dará una educación que nosotros no podemos ofrecerte. Serás en la vida algo más que un simple granjero.
-Y a vosotros os dará mucho dinero por mí – añadió Kool resentido.
La madre pareció apenada.
-¿crees que te vendemos, eso crees? Muchas familias pagarían para que sus hijos tuvieran esa oportunidad. Tus hermanos envidian tu suerte, Kool. Ellos nunca verán más allá de esta granja, este pueblo, esta comarca tal vez. Es un regalo del cielo.
Kool titubeo. Sintió que su madre se acercaba a el, y de pronto se encontró refugiado entre sus brazos.
 Niño… mi niño…- murmuró la mujer, conmovida – sé que aún eres muy pequeño para abandonar tu casa…, pero si dejamos pasar esta oportunidad, quizás no vuelva a  presentarse nunca.
El Santuario
No había gallo que cantara al quebrar el alba, pero Kool estaba acostumbrado a levantarse muy temprano, y se despertó sin necesidad de que nadie lo llamase. Desorientado al principio, hasta que recordó dónde estaba. Saltó de la cama y se apresuró a correr hacia la ventana para mirar el paisaje.
El sol comenzaba a asomar tímidamente tras las cordilleras, y a disipar las nieblas fantasmales que envolvían el bosque. A lo lejos, el pueblo parecía desperezarse bajo los primeros rayos de la aurora.
Kool suspiró insatisfecho. Le habían llevado a aquel lugar vendándole los ojos, evitando así toda ruta de huida en dirección a su hogar, aunque no estaba seguro de querer regresar.
Se volvió entonces a mirar sus aposentos, cosa que apenas había hecho la noche anterior cuando llegó. No era un cuarto muy grande y estaba amueblado con gran sobriedad. Sin embargo, era más de lo que había tenido kool en la granja.
Detectó entonces dos cosas nuevas que no estaban la noche anterior: sobre la mesa se hallaba una bandeja con un apetitoso desayuno, y, colgado del respaldo de la silla, había un montón de ropa de color blanco. Se acercó con curiosidad.
Eran dos túnicas, y bajo ellas había también una cálida capa de color vainilla. Del respaldo de la silla pendía un cinto de cuero. Por lo pronto decidió cambiar su gastado vestir por las túnicas, y descubrió que estaban como hechas a medida. Cómo no hacia frío, dejo la capa en la silla. Después notó que estaba muerto de hambre, y fue rápidamente a devorar el contenido de la bandeja.
Mientras comía se preguntaba como era posible que alguien hubiera entrado en su cuarto sin que  él se diera cuenta. Tenía el sueño muy ligero, pero ni siquiera se había enterado de  que le dejaron el desayuno sobre la mesa mientras dormía. Esa persona debía ser sigilosa como una sombra.
Sacudió la cabeza. Se hizo la cama, se lavó en la palangana y entonces meditó qué debía hacer a continuación. Indeciso no sabia si salir al encuentro de su nueva tutora o debía esperar, ¿ Y si no le pareciera bien que anduviera curioseando  por el lugar?
Dudó solo un momento. Se sentía inseguro y tenía miedo, pero no estaba acostumbrado a estar sentado y cruzado de brazos sin hacer nada. “esta bien”, se dijo. “no puedo quedarme aquí todo el día”. De modo que abrió la puerta y se asomó al pasillo.
No vio a nadie. Escuchó atentamente, pero tampoco oyó ningún sonido. Salió con cautela, cerró la puerta tras de sí y echó a andar pasillo abajo, sin saber muy bien lo que  buscaba. Pronto se sintió perdido. El lugar era por dentro como un laberinto de habitaciones, escaleras y corredores entrelazados. En algunas estancias las paredes estaban desnudas y solo se veía la fría piedra gris. Otras estaban recubiertas de cálidos y ricos tapices y alfombras. Unas habitaciones estaban amuebladas con orden y elegancia; otras, completamente vacías. Y otra parecían enormes desvanes o cuartos trasteros en los que se amontonaban objetos extraños cubiertos de polvo, de todas las formas, colores y tamaños imaginables; en la mayoría de los casos Kool no sabia para que servían. En muchas habitaciones había camas preparadas,  pero no vio un alma por ninguna parte.
El último saco.
La puerta se cerró de golpe y Kool siguió por el pasillo, arrastrando el gran saco tras él. A pesar de que hizo el recorrido prácticamente a la carrera, le costó casi veinte minutos alcanzar el torno que se hallaba al final de un breve pasillo. Lo llamaban la Columna porque era eso lo que parecía, si uno olvidaba el hecho de que media dos metros de alto y se encontraba empotrado en el muro de ladrillo. Al otro lado del torno había una parte completamente cerrada y apartada del resto del Santuario, donde, según se rumoreaba, vivían poco más de una docena de personas que nunca salían de ese misterioso lugar. Kool solia imaginar cómo serian, pero no sabía en que se podían diferenciar esos hombres de los que él ya conocía.
Kool empujó el torno y éste giró sobre su eje, revelando una gran abertura. Metió dentro el saco verde y volvió a empujar. Después golpeó en un lado, procurando hacer mucho ruido. Esperó unos treinta segundos hasta oír una voz apagada procedente del otro lado del muro.
-¿qué sucede?.- kool acercó la cabeza al torno para poder ser oído. Sus labios casi tocaban la superficie.
-Gármukasil quiere esto para mañana al alba.- gritó
-¿Por qué no lo trajeron con los otros?
-¿Y cómo voy a saberlo?.- respondió con descaro.
-¿cómo te llamas, impío?
-Suli Tentros- mintió Kool.
-Pues bien, Suli Trentos. Informaré de tu falta de disciplina y te costará unos jirones de tu piel.
Mirad cómo tiemblo.- pensó mientras se apartaba de la columna del torno. Caminó hacia la sala de la tutora Yandrax, ella era la única que alternaba la fiera disciplina con algún momento de distracción que a veces era hasta divertido. Y es que desde que llegara al Santuario, hace un par de años, Kool anhelaba la libertad que sentía cuando paseaba a solas o con sus hermanos. Andaba pensando en la última vez que jugó con ellos en el abrevadero, antes de la sequia, cuando se topó con la tutora Yandrax.
-Ve al tablero. Te he puesto un problema. Tienes 5 minutos para resolverlo. – Kool se dirigió a una mesa alargada de unos 3 metros de lado, sobre la cual Yandrax había desplegado un mapa que la desbordaba ligeramente. Era sencillo reconocer algunas de las cosas que había allí dibujadas: ríos, colinas, animales… pero sobre él había unos tacos de madera y metal, de varios tamaños y con numerosos símbolos rúnicos. Algunos de estos tacos estaban colocados de manera ordenada, otros de forma aparentemente azarosa. Kool observó el mapa durante todo el tiempo que se le había concedido, al cabo del cual alzó la mirada.
-¿Y bien?.- preguntó la tutora.
-Kool comenzó a exponer su solución. - Terminó de hacerlo unos 30 minutos después, y dejó las manos quietas ante su mentora.
- Muy ingenioso. Impresionante, diría yo.- algo se transformó en la mirada de Kool. Entonces, con extraordinaria velocidad, la tutora azotó la mono izquierda del muchacho con un cinturón de cuero lleno de tachuelas redondeadas. Kool hizo una mueca. El dolor le forzó a apretar los dientes. Pero enseguida su rostro volvió a adoptar aquella atenta frialdad que era todo cuanto la tutora solía ver en él. Yandrax se sentó y observó al muchacho como si fuera un objeto interesante y sin embargo insatisfactorio.- ¿Cuándo vas a aprender que cuando haces algo brillante, algo original, es tan solo porque el orgullo te domina? Esa solución que propones podría funcionar, pero es innecesariamente arriesgada. Sabes muy bien cuál es la solución canónica de la Orden para éste problema. En la guerra un éxito gris es siempre mejor que un éxito brillante, y sería mejor que aprendieras por qué.- golpeó en la mesa con furia.- ¿Es que has olvidado que un tutor tiene derecho a matar al instante a cualquier pupilo que haga algo inesperado?
Volvió a golpear la mesa, se levantó y miró a Kool. Aunque en pequeña cantidad, la sangre manaba por toda la palma de la mano izquierda de Kool, que seguía abierta.
-Ve a que te curen ésa herida.- la voz de la tutora se volvió compasiva.- Fuera de estas paredes no encontraras mas indulgencia que la que se me permite mostrarte. Garmukasil te tiene echado el ojo, ya sabes que le gusta dar un ejemplo cada pocos meses. ¿Quieres servírselo en bandeja? Actúa con más inteligencia y menos brillantez durante las pruebas del equinoccio.
Kool no dijo nada, salió abriendo la puerta con la otra mano no ensangrentada, y cerró con cuidado la puerta tras de sí.
Fin.
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